El musicólogo Oriol Pérez Treviño presenta este año en Santa Cecilia de Montserrat la audición de tres de los Réquiems más conocidos del romanticismo musical: los de Hector Berlioz, Johannes Brahms y Giuseppe Verdi. El primero, el de Berlioz, inauguró las actividades de 2020, con la iglesia llena. Pérez lo califica como un réquiem “revolucionario y romántico” de un autor que, a lo largo de su carrera, abordó la composición de importantes obras religiosas, entre las que su “Grande Messe des morts” (1837) se erige como una de las más destacadas. Fue una auténtica lección para sumergirnos, no solo en el contexto histórico, sino también en la potencia emocional de esta pieza.

Un réquiem revolucionario y romántico

La muerte se erige como uno de los mayores interrogantes de la vida humana. Alguien ha dicho que, efectivamente, es el más grande, un auténtico misterio sublime ante el que el mundo de las artes no se ha mostrado indiferente. Es más, incluso hay interpretaciones que afirman que la manifestación artística debe ser comprendida como un desafío a la realidad de la muerte en tanto que la obra quiere perdurar más allá de la desaparición de su autor. Sabía de lo que hablaba el novelista Gustave Flaubert (1821-1880) cuando, según parece, en su lecho de muerte, afirmó: “Yo muero, pero la fulana de Emma (la protagonista de Madame Bovary) vivirá siempre…”.

El mundo de la música, obviamente, no ha sido indiferente y, así, si existe un género musical por excelencia asociado a la muerte es el Réquiem o misa de difuntos. Después de la celebración de una sesión, el curso pasado, dedicado al excelso Réquiem de W. A. Mozart (1756-1791), nos ha parecido que era un buen momento para abordar, en este año 2020, tres Réquiems más conocidos del romanticismo musical: los de Hector Berlioz, Johannes Brahms y Giuseppe Verdi.

La historiografía musical nos ha legado una imagen del compositor francés Hector Berlioz (1803-1869) como un personaje alejado del mundo religioso y de la espiritualidad, obviando que el romanticismo, en gran parte, fue una reacción contra la Razón objetiva y universal característica de la Ilustración en que se asentaban los fundamentos del materialismo y el ateísmo intensamente difundidos a lo largo del siglo XIX. No es casualidad que como compositor revolucionario y romántico que era, Berlioz decidiese abordar la composición, a lo largo de su carrera, de importantes obras religiosas, entre las que Grande Messe des morts (1837) se erige como una de las más destacadas.

Treinta y cinco años antes de la composición de este Réquiem, François-René de Chateaubriand (1768-1848) publicaba El genio del cristianismo (1802), que inició poco después de fallecer su madre. Fue en el transcurso de su escritura cuando Chateuabriand abrazó la fe cristiana: “Me hice cristiano. No cedí, lo confieso, a grandes luces sobrenaturales; mi convicción surgió de mi corazón: lloré y creí”. Parece que Berlioz leyó la obra de Chateaubriand y quedó muy afectado. En ella encontró una fuente importante de inspiración para la búsqueda de nuevos caminos expresivos y del objetivo estético para una obra como esta Grande Messe des morts.